1. Sobre la obra Paisaje en el intersticio de su renovación

    José Ignacio Badía, 2013 



    La obra Paisaje en el intersticio de su renovación se estructura sobre el tema del paisaje, abordándolo desde la tensión entre arquitectura y naturaleza. La arquitectura, considerada como signo de lo humano en el paisaje, tambalea entre el abandono y una arqueología incompleta, siempre bajo el devenir impetuoso de la naturaleza que la rodea, acecha y destruye. La obra se conforma de una serie de cinco pinturas realizadas con óleo e impresión a través de traspaso de piroxilina sobre papel, utilizándose estos elementos para la construcción de un paisaje ruinoso, fundiéndose los diferentes de registros de las diferentes técnicas puestas en diálogo.

    Los materiales que conforman el espacio como habitáculo; signos de propiedad y territorio como cercos, paredes, hitos, se encuentran en un proceso de deterioro. Abandonado su mantenimiento, la eficiencia que persiste es sólo la del gesto y es cada vez más mínima su expresión. El palo enterrado y más allá, otro. Una simple vertical sobre el territorio, una pincelada sobre la atmósfera. El gesto último del paso por el paisaje. Este es un discurso que se extingue, una presencia mustia. Cae sobre ella la materia, tal como la dispone la tierra en su dominio. La banca, la casa y la reja son sepultadas por la arena que trajo el viento.

    Esta difuminación de lo humano sucede en un paisaje árido, como afectado por la sequía. El desierto de Atacama, quizás, reconociendo poéticamente el paisaje conocido, donde el gesto arquitectónico parece sujeto a la tregua de un viaje, como si fuera una parada para descansar antes de entregarse al limbo desértico.

    Las estructuras representadas, que a veces se apoyan en registros fotográficos de ruinas históricas, son desarraigadas en su apariencia de la solemnidad de la ruina. No parecen hablar de un pasado que se rescata, una grandeza que aún palpita, sino todo lo contrario; un pasado que se extingue sometido a la inclemencia del clima.

    La materia pictórica en estas obras se encuentra en cierta medida carente de humedad, sufre una sequía. Es la veladura lo que aparece como niebla o como claro dentro de la niebla misma. Niebla de arena, de polvo, brisa o polución, todo agosta la casa donde el hombre estuvo, el palo que enterró. Ella, junto al gran desierto, parece eterna mientras el paso del hombre no es más que eso, un paso.

    Bajo estas ideas y según estos elementos es que se ordena la pintura en los cuadros. El gesto pictórico se aprieta en la representación de lo humano; las paredes, los cercos, tablones y ladrillos. Se libera en lo que respecta a elementos naturales; la roca, la niebla, el desierto, el horizonte. Así la tensión, además de temática, es matérica. La pintura tiende a lo volátil, a la difuminación, en lo que en el cuadro representa la evanescencia de lo humano. La pintura se destensa hasta, en el lejano horizonte blanco, la desaparición.

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